miércoles, 7 de septiembre de 2011

2:32

Insulto - ¡hijodeperra! - a un camión que invadió vilmente mi carril sin previo aviso y este gesto me hace sentir mal. Me siento culpable, no por la mala praxis del contrario, sino por mi inapropiada reacción (no tenía que haberle llamado hijodeperra... no me reconozco, estoy fatal).

En el próximo intervalo, desde que pierdo de vista al insultado hasta que sucede otra circunstancia que desvía y ocupa de nuevo toda mi atención, en el fondo me siento mal. El intervalo ocupa un total de 2 minutos y 32 segundos.

Después de esos 2 minutos y 32 segundos un mensaka novato se detiene junto a mi taxi, levanta la visera de su casco y me pregunta "¿cómo llegar a la Nacional III?", dirección Valencia. Le digo que me siga, que precisamente también pensaba tomar esa dirección. Se abre el semáforo, acelero y la moto comienza a seguirte. Al instante olvido el incidente del hijodeperra, ahora toda mi atención se centra en no perder de vista al mensaka novato a través del retrovisor.

Comienzo a sentirme bien... util... lo que hago es importante para alguien desconocido y sin remuneración. Y cuantas más calles recorro con él siguiéndome, mejor te siento.

Asocio mi bienestar con el motero. En cierto modo, mi estado de ánimo depende de él. Por eso al llegar a la autopista, en lugar de tomar el desvío que tenía previsto, continúo delante de su moto.

Él ya conoce el camino, así que me adelanta y me levanta el brazo en señal de agradecimiento. Para el motero, yo ya he cumplido mi misión.

Sin embargo me resisto a perder mi preciado estado de ánimo y acelero, le adelanto yo a él, y vuelvo a dejarle a mi espalda. Insisto en seguir siendo su guía.

El mensaka novato vuelve a adelantarme y luego yo a él.

Se lo ha tomado como un ‘pique’ entre ambos, pero mi carrera es otra. En el kilómetro 53, el motero se desvía para echar gasolina. Se detiene en un surtidor y me planto delante, con la intención de esperarle. En esto se acerca  y me dice:

- ¿Pretendes que te pague por seguirte, taxista? me dice indignado.

- No... Sólo quiero que me sigas, sin más...

- ¿A dónde? ¿eres marica? – me dice quitándose el casco.

- No quiero volver a Madrid solo. Me comen los monstruos...

- ¿Los monstruos...? Te diré algo: como continúes siguiéndome, llamo a la policía… ¡hijodeperra!


Les voy a decir una cosa...

Creo que a veces estoy loco. El mensaka no se sintió mal por insultarme, seguro.

No recuerdo mas... sonó el despertador y me levanté.

¡Que horror, me llevo el trabajo a la cama...!

Hasta Morfeo se ríe de mí.




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