lunes, 31 de enero de 2011

Ay Can Guet Nou... Sarisfáctionn...

Les voy a decir una cosa.
La insatisfacción mental y constante es, a ratos, agotadora. Cuando estas aproximadamente 20 días con el mismo sentimiento de abandono, embargamiento y desesperanza. Solo te queda el paracetamol de 1gr. para poder aliviar el mazazo matutino a la realidad.

“No me gusta lo que soy, a donde voy ni lo que he sido. No me agrada el rumbo de mi vida ni, a ratos, los que me acompañan, pero sé que en el fondo los necesito… No puedo desaparecer, no es ético, pero no me gusta el quedarme estático o simplemente dejarme llevar. No tuve oportunidad de elección y si la tuve nadie me la señaló. No fui consciente de nada. Hasta hace poco… Me siento engañado, manipulado, mal orientado, y reprimido. Y no me gusta la vida que tengo. No me gusta lo que hago, ni lo que llevo haciendo toda mi insatisfactoria vida. Esto no es felicidad… Y lo peor es que no puedo ni dejarlo ni parar lo que vivo. Porque sería la nada…”
Lo más triste de todo es que yo estaba escuchando el desnudamiento de este hombre de mediana edad, un hombre con pinta de haber tocado el techo de la meta en la vida. Y sentía lo mismo. Cada una de sus palabras hacía huella y marca en mi oscura e impersonal vida. No sé si esa madrugada se colgó de la lámpara de la habitación del hotel que le dejé, pero si a la mañana siguiente la ama de llaves a entrar a limpiar la habitación se lo hubiera encontrado ahorcado desnudo con esa mueca que solo los difuntos pueden poner. No me extrañaría nada.
No sabía si al llegar a nuestro destino… perdón, su destino, debía pedirle el importe de la carrera o preguntarle si no le importaría que me prestara su visacard e hiciera algunas compritas a su mala salud…
¡¡No pongan esa cara… total el hombre quería quitarse de en medio esa noche y yo estoy a fin de mes!! 
Le bajé las maletas, le deseé buenas noches y no paré de pensar en lo desesperado que puede estar una persona para llegar a una ciudad que no es la tuya y al primer taxista que coges, le sueltas ese discurso solo porque te preguntan si viajar tanto es tan fantástico como parece.
Al próximo que recoja del aeropuerto, después de preguntar el tan usado “¿Dónde vamos?” le diré:
“mire usted… si no le importa, no está permitido hablar con el conductor…”

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