martes, 19 de abril de 2011

La Patente De Corso



Les voy a decir una cosa...

No recordamos el día en que el Capitán Mahara decidió pasar de corsario a pirata. La diferencia siempre estuvo en que un día en el fragor de una de sus múltiples batallas y decomisos perdió o dejó perder su Patente de Corso que tanto tiempo guardaba en su pecho. Y dejó su corazón y su obligación en algun puerto.

Él siempre atesoró, como el oro que saqueaba o el ron que digería, su documento legal que le permitía robar y matar en pos del rey que le había autorizado dicha empresa.

No recordamos si fue el olor del salitre o la fragancia de alguno de los burdeles que incluíamos en nuestras conquistas, pero el capitán fue desvaneciéndose y la luz que nos reconfortaba en las noches de luna llena ya no le atraía. Los botines tan preciados dejó de compartirlos y perder interés por ellos. Su ímpetu se tornó en desidia, y su ambición fue muriendo lentamente. Y una noche, después de haber saqueado las bodegas de una fragata española, contaron que le vieron beber y llorar solo en la popa y romper su Patente de Corso para lanzar los pedazos de papel a la mar, su amada mar.

Y pasó de ser un compañero mas en el barco a convertirse en un pirata sin escrúpulos. Decidió que, ya nadie le gobernaba, ni rey, ni cónsul, ni sultán. Y en el lugar donde escondía su documento oficial de corsario al servicio del reino mas bondadoso. Paso a ser persona non grata por voluntad propia.

Consciente de todo lo que le implicaba todo aquello. No quiso avisarlo y ese fue su error, no nos dejó que le convenciéramos ni se dejó guiar por su fiel tripulación. Aunque las leyes de la piratería dictaminaban que los que pertenecemos a la tripulación tenemos el mismo voto que él, en grupo. Se negó. Y al ver que no le seguíamos simplemente lanzó su velero al mar y se dejó llevar por las mareas del sur.

No recordamos audacia e intuición como la que nos infundaba el Capitán Mahara. No recordamos otra puesta en escena y estrategia al abordar un barco como la de nuestro Capitán Mahara. Cada vez que abrimos una botella de ron, brindaremos a su salud. Ron! Ron! Ron... la botella de Ron...

Cuentan que una tempestad le tragó. Él se sentía tranquilo, como buen marino, prefirió hundirse con su embarcación que salvar su asqueado pellejo. Y consciente descendió a las profundidades donde alguna criatura marina le despedazó.

Solo encontramos parte de su ropa y un trozo del mapa donde dejó señalado el lugar en el que una noche lanzó al mar su Patente de Corso. Como dictan las leyes de la marina levantamos una pira funeraria en un bote con las pertenencias que dejó en el barco y rociado con ron, lo encendimos con una antorcha y lo entregamos a la mar. De donde procedía el valiente pero temerario Capitán Mahara.

Siempre le recordaremos, beberemos y brindaremos por él hasta no poder ni mantenernos en pie...



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