domingo, 10 de abril de 2011

La Gota Que Colma El Vaso




Les voy a decir una cosa...

No puedo decir que mi trabajo de transportador de almas en momentos puntuales no me afecte. Intento mostrarme aséptico de toda empatia ante alguna tristeza que alguien sin alma quiera hacerme participe en un momento dado.

Muchas veces pienso en la premisa aquella que dice: "que un pesado es aquel al que por cortesía le preguntas: ¿como te encuentras?...  ¡y te lo cuenta!"  (Me encanta el cinismo)

Otras veces no.

Pero he de confesarles que me sobrecogió el testimonio de aquella mujer de treinta y no muchos años, ojos color oliva, labios rosas y carnosos, belleza tocada por una expresión y un semblante triste.

Tras unas cuantas frases de ascensor o consulta de dentista y con la voz rota, inició su monólogo siguiendo el ritmo torpe de la Castellana:

- "Llevo 9 meses de baja por depresión..."

- "No me diga... Cuanto lo siento."

- "No se preocupe, en un principio pensé que me ayudaría tirarme una buena temporada sin trabajar, ya sabes. cambiar de aires, dedicarme a mis cosas. y pedí la baja en la clínica donde trabajo. porque soy anestesista. con un importante futuro. visto desde fuera se podría decir que lo tenía todo para ser feliz: una casa con piscina y jardín en Las Matas, un Q7, tres perros que amo con locura, reconocimiento social y profesional..."

"Bueno, me fallaba lo de la pareja: nunca he tenido una pareja estable. supongo que soy muy celosa, insoportable y muy maniática..."

"El caso es que, una mañana me desperté sin ganas. Tenía una operación unas horas después, pero me encontraba tan apática que llamé a mi jefe para decirle que no podía ir; gastroenteritis vírica, creo que le dije. luego desconecté el teléfono. nunca antes lo había hecho, se lo juro. me sentía saturada, agobiada, sin fuerzas siquiera para levantarme de la cama..."


- "¿A lo mejor, demasiada presión en el trabajo?" - pregunté.

- "No lo sé. el caso es que un par de días después acudí a un psiquiatra amigo mío y después de contarle todo esto me dijo que había caído en una depresión. Así, sin más..."
- "¿Sin motivo aparente?"

- "Sin motivos... Ya te digo, llevo 9 meses sin levantar cabeza, sin ganas de nada, bueno una cosa si..."


Se hizo un silencio y comprendi que estaba tan cansada que su única solución era morir, escapar, desaparecer sin hacer ruido.

Y prosiguió:

- "Sólo salgo de casa un día a la semana para entregar mis partes de baja, para hacer la compra y todo eso.. Esta Internet, bendito sea. El resto del tiempo lo paso encerrada, sin teléfono, ni televisión, ni radio, ni nada. al principio me dio por limpiar la casa a fondo. Tenía una asistenta pero pensé que si me dedicaba yo personalmente, me sentiría más útil. no sé. supongo que eso tampoco funcionó..."

- "¿Y su amigo, el psiquiatra, le ha dado alguna solución?"

- "Pastillas, ya ves. a estas alturas de la vida. pastillas para animarme, pastillas para la ansiedad, pastillas para dormir, en fin... déjeme ahí, después del próximo semáforo..."


Por desgracia, la ansiedad y la depresión son enfermedades urbanas que se transmiten a través de las chimeneas de los tejados, de las horas punta, de los jefes con piorrea mental, de los amores imposibles y inalcanzables o decepcionantes, de los botellones clandestinos, del cansancio, de las largas colas, del astio del pesimismo compartido, de la letra pequeña, de los mileurismo y del cienmileurismo crónico, de la incomprensión, del artazgo, de sentirse muy solo con tu propia soledad.

Y lo peor de todo, no es sufrir una depresión, es soportar los arreglavidas.

Cuando solo necesitamos un oído que nos escuche y nos ayude a calmarnos.



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