martes, 15 de abril de 2014

El Parón Imaginario



La recogí después de sortear un sinfín de calles rutinarias por los bulevares de Madrid.
 
Era una muchacha de belleza suave, buen gusto al vestir, a veces ir de ZaraMangoHym llevado con gusto es un deleite a la vista, no se crean. Pero al subir y decirme el destino su voz sonaba con entonación modo pain, que diría Sekspir: Triste.
 
Su mirada cruzada con la mía denotaba un ahogo del cual a un torpe socorrista como yo no lograba poder entender que ocurría. Tecleó su celular de la manzana mordida y pulsó el llamar, espero unos segundos y empezó a suspirar:
 
- "Hola... bien, bien... muy nerviosa. ¿Cómo estas...? (silencio) ya... perdóname... (silencio) me gustaría que nos viéramos... (silencio) es importante... (silencio) ¿y mañana...? (silencio) vale... te llamaré y quedamos un día de estos... pero que si no quieres verme, lo entiendo... (silencio)"
 
Yo descuidando las leyes de trafico, estaba intentando ponerme en la piel de ella. Su cara de rasgos suaves iba tornándose en expresiones de dolor. Pero no un dolor fingido, como de niño que sabe que ha echo algo malo y en el fondo no se esta disculpando, era algo mas.
 
Después de un par de asentimientos y de mirar hacia la ventana, sorber mucosidad acuosa espontanea y secarse alguna lagrima dijo:
 
- "... tengo cáncer... me han encontrado células cancerígenas en la analítica..." ahora si hubo un silencio de verdad.
 
Hubo un parón general en la ciudad, mi carromato iba rodando por la calle Sagasta pero el tiempo parecía que se había detenido. Los viandantes pararon, los pájaros silenciaron su trino, había un perro con la pata trasera al viento y orinando a un olmo con un arco de orín impasible... todo se detuvo menos nosotros.
 
Después de unos segundos todo volvió a su ritmo. Ella simplemente colgó finalizando así la terrible noticia. Lo mas probable es que el que estaba al otro lado se quedara mudo como el mundo a nuestro alrededor, simplemente pudo decir con voz entrecortada un "lo siento" antes de finalizar.
 
Después de un segundo el teléfono empezó a cimbrear mientras que ella lo colgaba una y otra vez. Sorbía y se secaba con un Kleenex las lagrimas de dolor, miedo e incertidumbre. Se bajó de mi carromato y se fue.

Primero la seguí con la mirada como se perdía entre la muchedumbre hasta que un amable claxon y una referencia a una posible afición arrabalera de mi madre me despertó súbitamente.
 
Aceleré y el que se perdió fui yo.
 
Les voy a decir una cosa...
 
Reconocer la culpa de las cosas no es fácil. No estamos creados para eso. No reconocemos nuestros errores hasta que vemos que la enmienda es improbable o imposible. Somos así los humanos, sobretodo en España. Nuestro orgullo patrio hace que nuestras relaciones personales sean como una corrida de toros. Intensas y atractivas, con sufrimiento y pasión.
 
Y si encima le añadimos alguna psicopatía, enfermedad o tragedia variada, mejor. Pero la moraleja de esto es que todo lo que hacemos queda ahí. Si infringimos dolor, queda el dolor. Si añadimos cariño, queda el amor.
 
No es solo ciencia, como explicaba Chris Martin en The Sciencist. Busqué en mi mp3 y escuche su manera de disculparse en modo de canción.



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